sábado, 4 de noviembre de 2023

(V) EL ESEQUIBO Y LA DOCTRINA MONROE

En Venezuela suben y caen gobiernos. Domina y declina José Antonio Páez. Brilla y se opaca Antonio Guzmán Blanco. El país arde en las llamas de la Revolución Federal o en los mediocres incendios de las guerras civiles. Surgen y desaparecen generales y caudillos, pero no se olvida la controversia con el Imperio. Se rompen y se restablecen relaciones con la Gran Bretaña. Guzmán Blanco trata ante la Corte, mientras en Caracas derrumban sus estatuas. Un diputado de nombre Cipriano Castro interpela al Ministro de Relaciones Exteriores sobre la misión del Plenipotenciario Guzmán Blanco. Es marzo de 1890. En todos esos años, no obstante las peripecias de la política, no obstante episodios como ese de Guzmán que pide el retiro de un Ministro británico por descortés, porque simplemente no le envió flores a su esposa enferma, no obstante las incidencias de la política en las negociaciones, Venezuela explora todos los caminos, entre ellos el del arbitraje. El conflicto con el Imperio domina toda la política exterior de Venezuela hasta este 3 de octubre de 1899. ¿Qué hacía o qué hizo entretanto el otro país poderoso que ya se asomaba en la escena del Atlántico? La cuestión de los límites entre Venezuela y la Gran Bretaña se inscribía en los postulados de la Doctrina Monroe y muchos venezolanos lo entendieron así. En diversas etapas Venezuela sugirió a los Estados Unidos que asumiera el papel de árbitro de aquella controversia. Las relaciones entre la Metrópoli y la antigua colonia se ensombrecieron por esa razón en algún momento. En un mensaje al Congreso, el Presidente Cleveland dijo el 17 de diciembre de 1895 que habían resultado infructuosos los llamamientos a la magnanimidad y a la justicia hechos a “una de las más grandes potencias mundiales”. “Después de haber trabajado lentamente por muchos años, dijo_ el Presidente de los EE.UU., tratando de convencer a la Gran Bretaña de que accediese a someter tal disputa a arbitraje imparcial, convencidos finalmente de que rehúsa hacerlo así, no nos resta sino aceptar tal situación y encararla tal como se presenta". “...constituirá el deber de los Estados Unidos resistir por todos los medios a su alcance ... la apropiación por parte de Gran Bretaña de cualesquiera territorios o el ejercicio de jurisdicción gubernamental sobre territorio alguno que... pertenezca de derecho a Venezuela”. (Ya se había descubierto el asfalto en Venezuela y ahora la Doctrina Monroe tenía, evidentemente, otros atractivos). Por estos días acusan al Presidente Grover Cleveland de utilizar la política exterior para hacer olvidar la crisis norteamericana. El mismo ve con desdén la propia Doctrina Monroe, pero de pronto-apela a ella. Las relaciones entre Venezuela y los Estados Unidos pasaron también por etapas de crisis, y no eran exactamente buenas en el momento en que EE.UU. se decidía a tomar parte en la controversia. A partir de 1888-89 Estados Unidos se convierte en un gran mercado de Venezuela: las exportaciones venezolanas de ese año 88 hacia el Norte sobrepasaron el valor de todas sus exportaciones al resto del mundo. La opinión norteamericana, y el propio Congreso, estaban más o menos al tanto de la controversia. En la década del 90, el Presidente Joaquín Crespo había contratado los servicios, como lobbysta, de un antiguo Ministro norteamericano en Caracas, William Lindsay Scruggs, destituido por el Departamento de Estado, años antes, por manejos dolosos en Caracas. Era un republicano hábil, ducho en la polémica y con buenos contactos en Washington, escribió el panfleto “Agresiones británicas en Venezuela. La Doctrina Monroe puesta a prueba”. De modo que cuando Grover Cleveland y el Secretario de Estado Richard OÍney presionan a la Gran Bretaña, ya había mediado todo un proceso de dudas y de indecisiones. El mensaje que presentó Cleveland al Congreso resultaba una toma de posición estudiada con tanto cuidado que resultó ser el quinto borrador redactado por OIney.

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